Desde su concepción, Locked, dirigida por David Yarovesky y producida por Sam Raimi, prometía ser un thriller psicológico diferente, y tras verla en una proyección anticipada, podemos confirmar que la película logra su cometido con una atmósfera opresiva y una narrativa que va de menos a más.
El filme se desarrolla en su mayoría dentro de un automóvil de lujo, donde un ladrón, interpretado por Bill Skarsgård, queda atrapado tras intentar robarlo. La premisa inicial parece sencilla, pero el ritmo pausado de los primeros minutos puede generar cierta inquietud en el espectador, no por el suspenso, sino por la incertidumbre de hacia dónde se dirige la historia. Sin embargo, conforme el protagonista intenta escapar, la tensión se dispara y la película encuentra su verdadero pulso narrativo.
Uno de los elementos más brillantes de Locked es el uso de las llamadas telefónicas como herramienta para intensificar el suspenso. Cada llamada añade una capa de misterio y amenaza hasta que finalmente se revela el rostro detrás de la voz: Anthony Hopkins. Su presencia en pantalla transforma la película, elevando el conflicto y dotando a la historia de una profundidad inesperada. Hopkins interpreta a un personaje implacable, que no solo castiga al ladrón por su crimen, sino que lo sumerge en una espiral de sufrimiento psicológico que mantiene al público al filo de sus asientos.
El clímax del filme llega con un giro inesperado que no solo sorprende, sino que invita a la reflexión. Locked no es solo una historia de supervivencia, sino también una meditación sobre la redención, el peso de las decisiones y la conexión humana. La relación entre el protagonista y su hija añade un matiz emocional que culmina en un desenlace agridulce, donde el arrepentimiento y el amor terminan siendo la verdadera llave para su liberación.
Con una cinematografía asfixiante, un diseño sonoro que maximiza cada momento de tensión y una interpretación magistral de Hopkins, Locked se convierte en una experiencia cinematográfica intensa e inesperadamente conmovedora.
Por: Araceli Nava

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